El ambiente que se vivía en los siglos XVI y XVII era de misticismo y melancolía. Ambientes creados por una exacerbación religiosa materializada en todas las ciudades católicas de Europa y América, a través de iglesias y conventos, mediante mujeres encerradas en sus hogares, identificada con calles escasas de mujeres, o con alguna que otra tapada de cabo a rabo. Misticismo que provocó la fundación de instituciones como la Inquisición y melancolía que causó que muchas mujeres de la época se volvieran locas, y que sin embargo ellas creyeran que estaban sintiendo la “mano divina”.
La sociedad patriarcal novohispana, y en general de todo el mundo barroco, se caracterizó por ser una sociedad de interiores, del “yo”, y de los espacios privados. Eso era debido a una disociación que se había hecho del ser humano: el mundo de lo material y el mundo de lo ideal, es decir el espíritu y el cuerpo. Nadie ponía en duda que la persona estuviera formada por un cuerpo y un alma, que se hallara dividida entre la carne y el espíritu. De un lado, lo perecedero, lo corruptible, lo efímero, lo que habrá de convertirse en polvo; del otro, lo inmortal. Así el cuerpo se interpretó como una envoltura, como un habitáculo, como un ámbito cerrado. (Ariés y Duby, p. 540)
Había que proteger el alma, que cultivarla, que alabar a Dios y aspirar a su perfección. Sentimiento generalizado fue el de la pretensión divina. Tanto hombres como mujeres tenían visiones en las que Dios, el diablo o la Virgen María se les revelaban, todo ello no fue más que invención de sus cabezas provocada por sus largos ayunos o penosas penitencias. Se aspiró a la reclusión máxima, a ignorar la parte material de nuestro ser: el cuerpo, pues él era debilidad y significaba vida terrenal, superflua. Lo que se logró fueron casos graves de histeria y locura, ¿quién podría vivir ignorando su propia materialidad?
Para la sociedad barroca fue necesario velar sobre el cuerpo, y muy especialmente sobre los huecos que horadan la muralla y por los que podría infiltrarse el enemigo. Los moralistas incitan a montar la guardia ante esas poternas[1], esas ventanas que son los ojos, la boca, los oídos, la nariz; ya que es por ellos por donde penetran el gusto del mundo y el pecado, la corrupción (Ibídem, p.542). Fueron las mujeres a quienes más se consideró propensas a pecar, tanto por la idea bíblica de que Eva ofreció la manzana a Adán, como por tener ellas gran cantidad de curvas en el cuerpo, o lo que es lo mismo, mayores huecos por donde podría penetrar el pecado.
- Duby, George (2001) Historia de la vida privada II. Del renacimiento a la vida modera. Taurus, España.
[1] Puertas secretas que se encontraban generalmente en castillos y que servían como salidas alternativas en caso de emergencia.
En la actualidad el espacio vivido es un de los campos florecientes de la geografía dentro del marco individualizador de los estudios culturales de la geografía y en este caso, la concepción del espacio de melancolía ofrece un amplio panorama para la investigación geográfica. Saludos.